Page 106 - Un abuelo inesperado
P. 106
–¿Cómo lo sabes? Demonio de hombre. Se tiene que enterar todo el pueblo...
–No es eso, ¿verdad?
–No, no. El taladro está dentro. Pero no es eso. También hay una linterna, una
rueda de repuesto, un juego de bombillas de recambio, una manta y un mocho de
fregona. Pero yo me refería a otra cosa. Otras cosas, en plural. Algo especial. Si
quieres, te lo digo.
–No. Toma, abuelo, llévala tú –dije ofreciéndole la bici.
Y eché a correr hacia el coche. La puerta estaba abierta y las llaves seguían en el
contacto, como de costumbre. Nadie se iba a llevar aquel cacharro. Las saqué y
probé a abrir de nuevo el maletero. Pensé que ahora sí que se abriría. Solo era
cosa de un poco de maña. Giré la muñeca en un giro suave y lento. Nada. Ni
diciendo «ábrete, sésamo». Estaba perdiendo la paciencia cuando mi abuelo
llegó a mi lado y me sopló al oído:
–Un compañero, un antídoto contra el tedio y la soledad. Última pista. Y ahora, a
cenar. Tu abuela nos está esperando.
En efecto, había sido mi madre quien había llamado a mi teléfono móvil. Allí
estaba su nombre, «Mamá», en el listado de llamadas recientes.
Al parecer lo habían pasado muy bien. Descanso, tranquilidad y esas cosas. El
viaje en avión, lo peor: mi padre sin parar de hablar sobre accidentes aéreos,
motores en llamas, aterrizajes forzosos. Todo esto nos lo contó mi abuelo
durante la cena. Y es que había recobrado milagrosamente el apetito.
–Y que vienen mañana por la mañana. Salud –dijo, y cogió el vaso de vino, lo
levantó y bebió un sorbo largo. Se le quedó marcado un bigote granate en la
comisura de los labios.
Al terminar la cena, yo mismo me mandé a la cama. Creo que no me dio tiempo
ni a ponerme el pijama. Casi ni a apoyar la cabeza en la almohada. Me quedé
dormido como un tronco, o como una rueda de tractor.