Page 102 - Un abuelo inesperado
P. 102
Y dijo «alertado». Utilizó ese verbo, como si estuviésemos en plena guerra. Y es
que aquella relación de padre e hijo era una guerra. Sin armas de fuego, sin
bombas ni granadas... Una guerra fría. ¡Y tan fría! Y por un momento se me pasó
por la cabeza que había sido el mismo frigorífico el que había «alertado» a mi
abuelo, todavía en la cama. O que el frigorífico estaba conectado con algún
dispositivo que mi abuelo tenía oculto debajo de la almohada. El caso es que me
había cazado con las manos en la masa, en el cuaderno.
–Ni que te hubiese pillado robando un banco. No pongas esa cara. Dámelo. Y
ponte de pie de una vez. A quién se le ocurre apoyarse en una rueda de tractor.
Ya puedes tirar esa camiseta. Esas manchas no se van ni con agua caliente. A no
ser que quieras presumir en la ciudad de que has estado leyendo en una rueda de
tractor. Vamos, Huckleberry Finn. No sé por qué tu abuela asegura que tienes
cosas mías. Yo nunca hubiese buscado un sitio peor para leer un tesoro.
Me puse en pie, me quité la camiseta y comprobé que tenía razón mi abuelo: la
marca inconfundible de la rueda estaba impresa, como el dorsal de un futbolista.
No tuve que agacharme a coger el cuaderno. Mi abuelo se acercó, lo recuperó y
sopló sobre las tapas. Luego lo frotó con su antebrazo peludo como si de una
gamuza se tratara. «Más limpio que una patena», dijo. Y me pasó la mano por el
hombro.
–Vamos, muchacho. Te acaban de llamar. Me he tenido que levantar de la cama.
No sé dónde demonios se ha metido tu abuela. Espero haber apagado bien tu
teléfono. No entiendo esos chismes.
–¡Abuelo, yo...!
–No digas nada. Camina.
–Yo también tengo un tío Francisco y también me regaló una armónica.
–¡No me digas! ¿Una Hohner?
–No, una de los chinos. Ya no suena.
–Los chinos nunca han sido buenos haciendo armónicas.
–Ya.