Page 111 - Un abuelo inesperado
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«PREFIERO QUEDARME EN CASA», le había dicho a mi abuelo, que se
disponía a salir como todas las mañanas.
«Y tú también deberías quedarte», le dijo mi abuela.
«¿Te crees que se acordará tu hijo del camino?».
«¡Cómo no se va a acordar, Ginés! ¡Tienes unas cosas de bombero! Venga,
ayúdame en la cocina. Hace años que no preparo comida para cinco».
No sé qué había hecho mi abuelo con mi teléfono, pero se había evaporado el
escaso saldo disponible que me había asignado mi madre. No sé qué había hecho
mi madre con el suyo, que siempre salía una voz grabada diciendo que no estaba
operativo.
En la cocina todo era movimiento. Mi abuela preparaba aquel menú tan especial.
Yo, fascinado por aquella actividad, ayudaba en lo que podía. Mi abuelo,
nervioso, no dejaba de mirar por la ventana. Escudriñando el exterior como un
pirata oteando el océano a través de un catalejo, listo para gritar: «Tierra a la
vista», «Barco a la vista» o «Hijo a la vista». Pero sin pata de palo, ni siquiera un
bastón. Era como si el suelo bajo sus pies no dejase de temblar y le llevase a
recorrer la cocina una y otra vez. De vez en cuando se desviaba de la ruta y
vigilaba cómo se horneaba la pieza de solomillo que mi abuela había atado con
una delicadeza sin límites.
«Este verano, creo que hay más nidos de golondrinas que otros años», dijo
consultando la hora, sin dejar de observar por la ventana.