Page 116 - Un abuelo inesperado
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«Sabía que lo adivinarías», sé que pensó.
Mi padre se giró y vio el viejo auto a pedales, como si antes de aparcar no
hubiese estado allí, como si fuese una aparición fantasmal.
–Vaya, vaya... Mira quién está aquí. ¿Todavía funciona?
–Y cómo –contestó mi abuelo–. Una bala. Pero sigue, sigue con el desafío. Si
adivinas el postre, tu hijo...
–Me da lo que hay dentro del maletero.
–Exacto –dijo mi abuelo, sonriente. Se lo estaba pasando bien.
Mientras nosotros nos frotábamos las manos, mi madre y mi abuela miraban
sorprendidas aquella representación tan enigmática.
–¿De qué va la cosa? –le preguntó mi madre a mi abuela.
–No lo sé, pero da gusto verlos a los tres juntos –respondió mi abuela
encogiéndose de hombros.
Tarzán meneó la cola como el limpiaparabrisas de un coche.
–Venga, ¿sí o no? Que se enfría la ensaladilla que inventó un tal Lucien Olivier –
dije.
–De acuerdo, acepto el reto. Pero con una condición.
–No aceptamos condiciones, ¿verdad, abuelo?
–Bueno, déjalo a ver qué dice. Creo que se merece una oportunidad. Tantos
años...
–Si lo que hay dentro del maletero es una hélice de avión, una alfombra
enrollada, un grifo, un serrucho o algo parecido, se queda donde está.
–Aceptamos –dijo mi abuelo adelantándose a mi respuesta.
–Venga, va. De postre... ran rataplán –toqué un tambor imaginario.