Page 112 - Un abuelo inesperado
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Sonó una campanada cuando el coche de mis padres aparcó justo detrás del de
mi abuelo. A medio metro el uno del otro. Conducía mi madre.
Mi padre fue el primero en bajar. Salió y se quedó quieto, plantado en mitad de
la calle con la vista clavada en la fachada de aquella casa que había sido suya.
Viendo lo mismo que vi yo cuando llegué por primera vez, cuando todo me
resultaba tan extraño.
Mi madre salió del coche y le pasó el brazo por la cintura. Le dio un beso en la
mejilla. El novecientos noventa y nueve mil novecientos noventa y nueve. El un
millón era para mí. Dejé a mis abuelos mirando por la ventana, como si no
creyesen aquello que estaban viendo, y bajé corriendo los catorce escalones.
–¡Papá, mamá!
Mi madre se adelantó y me estampó el beso un millón. Al lado de la oreja. Uno
de esos que te dejan casi sordo, como si me hubiese estallado un petardo
demasiado cerca.
Papá dio dos pasos y me desordenó el pelo con la palma de su mano.
–Has crecido –me dijo, algo serio.
–Tú también –le dije yo, aunque no era cierto.
Estaba igual. Un poco más moreno, pero la misma altura. Si lo hubiesen puesto
en una rueda de reconocimiento de padres, lo habría reconocido a la primera.
Habría dicho: «Es ese, señor policía, el de las gafas metálicas, el de la peca
aquí».
–¿Lo habéis pasado bien? –pregunté.
–Mejor que bien –contestó mi madre con una sonrisa en la boca y otra en los
ojos.
–Muy bien, sí. Pero te hemos echado de menos –dijo mi padre.
Y levantó la vista. Allí estaban mis abuelos, sus padres. Fue mi abuela la primera
que se abalanzó sobre él.