Page 115 - Un abuelo inesperado
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–¿DE QUIÉN ES ESTE PERRO? –preguntó mi padre.
No di tiempo a nadie:
–Se llama Tarzán.
–No sabía que teníais un perro –dijo papá.
–No sabía que tenías canas –refunfuñó mi abuelo.
–¡Ginés...! –dijo mi abuela tirando del brazo de mi abuelo, arrugando el
entrecejo.
Me di cuenta de que me ardían las orejas, de que mamá cogía de la mano a papá,
de que no podía permitir que nada estropease un día tan especial.
–La abuela ha preparado una comida deliciosa. La he ayudado yo –dije–.
Ensaladilla rusa de primero; solomillo a la pimienta de segundo. ¿Y a que no
adivinas el postre? –le pregunté a mi padre.
Mi padre, algo ceñudo, me puso la mano en el hombro y sonrió abiertamente.
Siempre le ha quedado bien la sonrisa: le hace más joven, menos serio. A mi
madre le encantaba. Asegura que es lo primero en lo que se fijó de él.
–¿Qué me das si lo adivino? –me preguntó mi padre.
–Te doy... te doy lo que hay dentro del maletero del coche.
–¿Del coche?
–De ese, del coche del abuelo. Bueno, el taladro es de Benito, pero el resto es
todo tuyo. Que, por otra parte, ya lo eran –dije. Y busqué la mirada de mi abuelo,
que me guiñó un ojo.