Page 81 - Un poco de dolor no daña a nadie
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que alzarla un poco más para que su amigo pasara. Miguel miró a su alrededor y

               observó las deplorables condiciones en que se hallaba la vieja mansión. A pesar
               de estar tan deteriorada no perdía su singular belleza.

               —Ven, vamos allá; hay unas piedras donde podemos sentarnos.


               Lo siguió. Rubén sacó la cajetilla y tomó un cigarrillo, que encendió con
               destreza de fumador experto. Inhaló el humo y luego lo expulsó en aros
               temblorosamente perfectos. Le dio uno. Miguel lo encendió. Intentó imitar la

               maniobra del otro, pero su torpeza se lo impidió; sus aros parecían cuadrados
               torcidos. Miraron hacia arriba. Un zopilote se había parado sobre la rama más
               alta y los miraba como si aguardara su alimento del día.


               —Qué pájaros tan feos.

               —Sí, ese se parece a tu tía.


               —A tu mamá, tarado.


               —Ja, ja, ja. Síguele, gordo, y le voy a decir.


               —No seas chismoso. Luego ya no me va a invitar a comer al King Burger.


               —No te preocupes: aunque quisiera, no te va a invitar. La situación está muy
               piojosa en casa. Papá dejó de mandar dinero y ella no halla la puerta. Ya no me
               da ni para gastar…


               —Andamos en las mismas —Miguel se quedó mirando el edificio arruinado y
               musitó—: Esta casa ha de haber estado bien padre. Imagínate vivir aquí cuando
               estaba en su apogeo.


               —Era un hospital, ¿no?


               —No le hace. Cuando menos está mucho más grande que las del Infranavit
               Infonadavit.


               En ese instante a Rubén se le ocurrió una idea. La escupió:

               —Vamos a meternos. Puede que haya cosas de valor —terminó el cigarrillo y

               extrajo otro.
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