Page 83 - Un poco de dolor no daña a nadie
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Rubén no le prestó atención y continuó hurgando. Con el pie removía los

               escombros. Su amigo se sentó sobre un montículo de piedras y ladrillos a
               esperar.

               —Tírame un tabaco —ordenó. Lo encendió. Le dio una calada—. Si mi jefe me

               viera fumando me colgaría de esa viga —y apuntó hacia la techumbre, por donde
               el sol atisbaba tímidamente.

               —Chintehuas. Ni una mugrosa cuchara de plata. No dejaron nada. ¡Lángaros!


               —Dice mi abuelo que el doctor Chapman desapareció como si se lo hubiera
               tragado la tierra, pero que en realidad fue un truco para continuar con sus
               experimentos. ¡Hasta parece película de terror! Está perrona la historia. Oye,

               mira: detrás de esa cortina hay un mapa. Te puede servir. Hasta te lo puedes
               llevar a tu casa.

               —¡N’ombre! Si de por sí no me gusta Geografía, ¡qué me voy a andar llevando

               eso! Capaz que mi jefa me pone a estudiarlo.

               Rubén siguió removiendo los trozos de madera, las hojas y la basura que yacía
               en el suelo. De repente hizo un hallazgo. Debajo de una alfombra destruida

               encontró la orilla de una portezuela. Encima se hallaba un ropero de cedro
               carcomido por las termitas. Lo empujó y apenas logró moverlo.

               —Ven. Ayúdame, tú. Mira.


               Apuntó hacia abajo y Miguel vio la ranura de una puerta en el suelo. De
               inmediato le vino a la mente el laboratorio oculto del doctor Chapman.


               —Ahí puede haber cosas muy valiosas, gordo. Empuja con ganas —entre los dos
               movieron el ropero y la portezuela quedó descubierta. Se miraron a los ojos.
               Luego Rubén se agachó y tomó una agarradera con ambas manos y jaló hacia

               arriba. El primer intento fue fallido. El segundo también.

               —Ayúdame; no te quedes ahí, nada más mirando —le reclamó a su amigo.


               Entre los dos jalaron. Después de dos intentos, la puerta cedió. Con la inercia se
               fueron para atrás y Miguel cayó, golpeándose el trasero. Una nube de polvo se
               levantó. La bocaza bajo tierra los esperaba.
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