Page 82 - Un poco de dolor no daña a nadie
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—Ahí solo hay cacas de rata y de murciélagos. Y nadie te dará un peso por eso.
—¿Y qué tal si hay algo que valga la pena? No perdemos nada.
—Puede ser, pero dice mi tío Gatica que hay una historia muy negra sobre este
hospital.
—¿Neta?
—Sí: que el doctorcito hacía experimentos con personas. Que le gustaba armar
criaturas con partes de diferentes especies. Se cuenta que tenía un laboratorio
secreto.
—¿De veras? ¡Eso está de pelos! Qué hombre tan loco. Pues todavía mejor:
capaz que damos con una de sus criaturas y nos hacemos ricos vendiéndosela a
un circo. Imagínate el dineral que ganaríamos.
—Supón que sea cierto. Nos daría un infarto.
—Olvídate de eso. Ahí debe haber alguna cosa que podamos cambiar.
—Dudo que quede algo. La casa fue saqueada por la gente que vivía aquí
entonces. Se llevaron los espejos, la tina del baño, los muebles, las lámparas, los
cuadros, cualquier cosa que sirviera. Y nadie dijo nada. Lo veían como un acto
de justicia popular.
—Vamos a entrar juntos. ¿O qué? Juntos más allá del infinito.
—Está bien, pues. Pero nada más echamos un vistazo y nos vamos.
Rubén tiró la colilla y empezó a revisar las ventanas. Se encontraban tapiadas
con tablas para impedir el acceso. Buscó la más débil y de un fuerte empujón
logró romperla. Entraron. El sol caía en franjas sobre la superficie polvorienta
cubierta de hojas secas, hierba, excremento de pájaros, pedazos de madera,
ladrillos rotos y papeles. Recorrieron el interior buscando algo que pudiera
venderse. Un cuadro que representaba un paisaje colgaba a un lado de la
chimenea, pero en condiciones fatales, igual que un sofá despanzurrado y un
candelabro tirado en el piso.
—¡Uf, cómo apesta a caca de murciélago! —se quejó Miguel.