Page 80 - El sol de los venados
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PAPÁ LLEGÓ UN DÍA al anochecer. La abuela, la tía Albita y mamá habían
sacado las mecedoras a la calle. Yo estaba sentada en las rodillas de la tía Albita
y de pronto vimos a papá surgir de la nada. Ahogué un grito porque él nos hizo
una seña para que no dijéramos nada, pues como mamá le daba la espalda, no
podía verlo. Papá le tapó los ojos con sus manos. Mamá se sobresaltó y recorrió
con sus manos las de papá. Entonces se puso de pie como impulsada por un
resorte y se echó en sus brazos. Los miré fijamente y recordé lo que dijo un día
la tía Dorita a Pacheco refiriéndose a papá y mamá: “Ésta es una verdadera
historia de amor, Pacheco”.
Pensó que debía de ser entonces como en las radionovelas que escucha la abuela
y que tanto la emocionan. Sólo que la abuela le encuentra muchos defectos a
papá...
Antes de irnos a la cama, hicimos un desorden tremendo huyendo de papá, que
corría detrás de nosotros para pellizcarnos con los dedos de sus pies, que nos
agarraban como tenazas.
A veces creo que en papá hay dos papás diferentes: el que se sienta muy serio a
leer el periódico y se quita el cinturón para castigarnos si nos portamos mal, y el
que juega con nosotros, nos lleva al río para hacernos el mejor “sancocho” del
mundo, nos enseña a nadar y nos abraza con una fuerza tremenda sin ningún
motivo.
Nos quedamos una semana más en La Rochela. Roque llegó un sábado a
buscarnos y el domingo partimos tempranito en la mañana. La abuela se quedó
con la tía Albita. Cuando se despidió de mamá, le dijo: