Page 83 - El sol de los venados
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No sé por qué, antes de dormirme tenía en la cabeza el rostro de don Silvestre.
Lo veía saludando con el sombrero en alto, veía sus ojos azules bajo sus espesas
cejas grises.
Al día siguiente, fui por la mañana a casa de Ismael. Toqué el timbre varias
veces, pero nadie vino a abrirme.
–Están en la finca, Jana –me dijo doña Rosita, la vecina, desde la ventana.
Volví a casa arrastrando los pies.
–A juzgar por tu cara larga, Jana, Ismael no está –me dijo mamá.
–No... Está en la finca.
–Ya lo verás por la tarde. Tú sabes que a su mamá no le gusta pasar la noche en
la finca.
Di un beso a mamá, pues de alguna forma ella encuentra siempre la manera de
consolarme. En ésas, llegó el Negro corriendo.
–Mamá, la señorita Elvira dice que si podemos ir a ver la televisión a su casa...