Page 87 - El sol de los venados
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llegamos a la finca, a la vista del campo, sus ojos se iluminaron.
–Mira cuánto verdor, Jana, cuánta vida palpitando en cada árbol, en cada planta,
en el insecto más pequeñito...
Aspiré el olor de la tierra, aún húmeda de rocío, y contemplé el paisaje que tenía
ante mí: las montañas a lo lejos como murallas guardianas, los campos
sembrados, las copas de los árboles orgullosas de su altura, y sentí el aleteo de
los pájaros, sus trinos y el silbido dulce del viento, y creí oír la voz de la tierra...
–¡Jana!
Pegué un brinco. Era Ismael, que me miraba burlón.
–En tu casa dicen que Tatá es una elevada, pero tú no te le quedas atrás –me dijo
riéndose.
Ahora sabía lo que quería decir elevada. Elevado no era lo mismo que distraído.
Elevado era estar por encima de lo que uno oye y ve todos los días. Elevado era
oír la voz de la tierra.
La casa de la finca era pequeña y estaba rodeada por un corredor a lo largo del
cual colgaban macetas con geranios.
Por la tarde, después del almuerzo, fuimos a dar un paseo hasta la quebrada,