Page 89 - El sol de los venados
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LOS DÍAS PASARON y tuvimos que volver a la escuela. No me dejaron en el
mismo grupo de Tatá porque, según las profesoras, Tatá era de las mayores y yo
de las chiquitas. Me sentí perdida sin Tatá. Lo único que me consoló fue el
cambio de la profesora de matemáticas por otra que parecía amable y
comprensiva.
Mamá se veía cansada y Tatá y yo teníamos que ayudarla a toda hora. Josefina
venía dos veces por semana, pero no era suficiente para todo lo que había que
hacer en casa.
Una tarde en la que yo le leía a mamá un pasaje de un libro que me había
prestado Alicia, llamaron a la puerta. Era la abuela, Mamá se colgó de su cuello
llorando de alegría y la abuela le acariciaba la cabeza como si mamá fuera una
niña, mientras repetía con su voz más dulce:
–Mijita, mijita.
Tatá y yo nos sentimos felices también, porque con la abuela mamá estaba más
tranquila, pero también porque ya no nos tocaría hacer tanto trabajo.
Esta vez, ir a la escuela me parece menos duro, quizá porque ya nadie me
maltrata y porque es el último año que paso en ella. El año próximo, Tatá y yo
iremos a un colegio para comenzar el bachillerato.
–Nadie va a creerte cuando estés en bachillerato –me dijo un día Ismael.