Page 77 - El sol de los venados
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un rato desesperadas. Vi los ojos de mamá inundados de lágrimas y odié a Coqui

               por hacer sufrir a mamá y por arruinarnos el paseo.





               La tía Albita pasó su brazo por los hombros de mamá tratando de tranquilizarla.
               Dimos vueltas y vueltas por los alrededores sin encontrar ni rastro de Coqui.
               Mamá estaba aterrorizada y yo empezaba a asustarme. Era verdad que de vez en
               cuando Coqui y yo peleábamos como el perro y el gato, pero de ahí a desear que

               se perdiera, había un abismo. Coqui tiene año y medio menos que yo y es el
               Ismael de los inventos. Es decir, que así como a Ismael le gustan los libros, a
               Coqui le gustan los aparatos, las máquinas y todo lo que pueda desbaratar y
               volver a armar. Nosotros lo llamamos “científico siete mentiras”, pero este
               apodo le tiene sin cuidado porque él sabe que algo bueno sale siempre de sus
               ajustes y desbarajustes. Siempre he pensado que, si alguna vez me pierdo en la
               selva o si me toca vivir en una isla desierta, desearé con toda el alma que Coqui
               esté a mi lado porque él se inventará algo para que podamos sobrevivir.






               La noche empezó a caer y la tía Albita dijo que lo mejor era que regresáramos a
               casa para ver con el tío Ramiro lo que debía hacerse.






               Cuando llegamos, lo primero que vimos fue a Coqui muy tranquilo, sentado en
               la acera comiéndose un helado.





               –¡Mi niño! –gritó mamá mientras corría hacia él.






               Mamá lo estrechó contra sí y el muy sinvergüenza parecía no entender lo que
               pasaba. Sólo dijo a mamá que don Lisandro, el de la tienda, le había dado ese
               helado para que se quedara ahí sentado y no se volviera a ir detrás del botellero.
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