Page 73 - El sol de los venados
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esconderla porque Javier le dijo que iba a hacerla pedazos. Además, Lucho,
cuando alguien saca ese tema, le dice a su hermano: “Mujercita”, y siempre se
arma una pelea.
La abuela me disfrazó una vez de muchacho para una fiesta en la escuela. Me
pintó bigotes, me hizo ponerme un pantalón, una camisa y las botas vaqueras de
Coqui, me compró un sombrero de paja y me anudó un pañuelo al cuello. Como
Tatá estaba disfrazada de gitana, la abuela me dijo que yo era un gitano. Pero a
mí no me gustó mucho ese disfraz, que no era ni de gitano, ni de vaquero, ni de
nada.
Al día siguiente, me desperté muy temprano y me senté bajo el palo de mango
que estaba en medio del patio y me comí dos mangos que habían caído durante
la noche. Me sentía muy bien allí, en medio del silencio de la casa, al abrigo de
los rayos del sol. Todos dormían, hasta José, que pedía siempre su biberón
tempranísimo.
Me quedé ahí un buen rato oyendo el susurro de las hojas, que un vientecito
suave mecía. Dejé limpias las pepitas de los mangos y tenía aún una en las
manos cuando mamá apareció en el corredor.
–¡Jana, estás comiendo mango en ayunas! Te va a dar un buen dolor de barriga.
No entiendo por qué te levantas tan temprano; pareces una viejecita
madrugadora.
Corrí a su lado sin decir nada.
–Vamos a preparar el biberón de José y a hacer el café –dijo mamá restregándose