Page 71 - El sol de los venados
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–Viajero prevenido vale por dos –dijo Roque, al que no le gusta que le ensucien
               su carro.






               ¡Cuántas curvas tenía la carretera!






               Cada vez que la abuela miraba los abismos sin fondo, se santiguaba mientras
               decía:






               –¡Jesús, qué despeñaderos!





               El más tranquilo era Roque, que silbaba todo el tiempo y parecía muy contento.
               Bueno, menos mal, pues si no qué habríamos hecho con un chofer muerto de
               miedo.






               José dormía en los brazos de mamá y Coqui y el Negro dormían uno en brazos
               del otro. Nena, sentada en las rodillas de Tatá, contaba los carros que pasaban.






               Por fin empezamos a bajar y, poco a poco, el clima fue cambiando. Empezamos
               a sentir calor y el mareo se fue como por encanto. El paisaje se volvió plano y
               sentí una felicidad que me nacía allá dentro del corazón.






               –¿Descansamos, doña Helenita? –dijo Roque a mamá, y como ella respondió
               que sí, Roque buscó un sitio sombreado al lado de la carretera. Nos bajamos del
               carro sudorosos y caminando como robots. Nos acercamos a una tiendecita y allí
               mamá nos compró zumos de frutas. Entre tanto, la abuela sacó un canasto del
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