Page 67 - El sol de los venados
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–¡Jana! ¡Mira lo que has hecho por andar en la luna! –dijo mamá a la vez que me

               daba una buena palmada en las manos.





               Salí corriendo y llorando a mares.






               –¡Jana! –me gritó mamá.






               No le hice caso y seguí mi carrera. Salí de casa y fui a parar al solar que queda
               cerca de la casa de Ismael.





               Un día iba a irme lejos, y así se morirían todos del remordimiento. Papá casi
               nunca me pega, no porque no sea severo, sino porque cuando pega lo hace con el

               cinturón. Coqui y el Negro sí saben lo que es el cinturón de papá. Tatá y yo
               sabemos que papá sólo pega a sus niñas cuando han hecho algo muy horrible.
               Mamá y la abuela nos dan con la mano. Las palmadas de la abuela me dan rabia;
               las de mamá, tristeza, mucha tristeza. ¿Cómo puede mamá pegarnos siendo tan
               dulce? Eso de que nadie es perfecto debe de ser verdad, pues ni siquiera mamá lo
               es. Me senté al borde de un gran charco de agua estancada. Estaba lleno de
               renacuajos.






               –¿Qué haces aquí, Jana?





               Pegué un brinco, pues no había oído los pasos de nadie. Era Pacheco, mi

               padrino...





               –¿Has llorado? –me preguntó.
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