Page 66 - El sol de los venados
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Marta, una vecina, vino a quejarse.
La Rochela es el pueblo más bonito del mundo. Hace muchísimo calor allí. Hay
campos inmensos sembrados de algodón. Cuando supe que el algodón salía de
una planta, no podía creerlo. Yo creía que lo sacaban de la tela, y resulta que es
completamente al revés.
Todo me gusta de La Rochela: el pan caliente que venden en la plaza del
mercado en unas casetas de cinc, la acequia, la casa de la tía Albita, los mangos
dulces...
La semana se nos fue preparando las maletas, ayudando a mamá a lavar, a
planchar y, sobre todo, a cuidar a Nena y a José, porque mamá tenía mucha ropa
que remendar y reformar. Los vestidos que no le sirven a Tatá, mamá los arregla
a mi medida. Estoy harta de andar vestida de Tatá, pero cuando protesto, mamá
dice que somos pobres y que yo debería agradecer más bien a Dios, que me da
comida y vestido. Lo mismo pasa con el pobre Negro, que le toca ponerse todo
lo que deja Coqui.
Siempre mientras plancho, miro desde el corredor las montañas inmensas a lo
lejos. Me parece que son como gigantes que cuidan nuestro pueblo. Ismael dice
que hay gente que cree que tienen alma. Mamá y la abuela deben de ser de ésas,
porque mamá habla a las plantas y les acaricia las hojas, y la abuela habla a los
animales, a las plantas como mamá, y hasta a las cacerolas de la cocina.
Y así, pensando y pensando, aquel día me olvidé de la plancha y quemé una
blusa de Nena. Mamá, que notó el olor a quemado, vino a ver lo que pasaba.