Page 65 - El sol de los venados
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Puse cara de entierro. De regreso a casa, entramos a la cacharrería de doña
               Lucila, una señora de pelo teñido y muy maquillada que le fía a la abuela.
               Mientras se contaban sus últimas dolencias, me puse a examinar la vitrina donde

               estaban los juguetes. Me enamoré de un cerdito de barro con flores pintadas en
               el lomo. Miré suplicante a la abuela.





               –Esta muchacha... –susurró.






               –Es tan bonito, abuelita –le dije mientras se lo señalaba.






               La abuela me miró con esa cara que pone a veces y que me hace pensar que
               detrás de ella hay una niña escondida que se asoma por su mirada. Es por eso por
               lo que tal vez nunca puedo ver a la abuelita como a una persona totalmente vieja.
               Yo creo que cuando tenga cien años, estará aún de pie corriendo por la cocina,
               haciéndonos bizcochuelos, lavando ropa y regañándonos.






               La abuela me compró el cerdito.





               –Mamá, no tienes dinero y te pones a comprarle cosas a Jana –le dijó mamá

               cuando le mostré el regalo de la abuela.





               La abuela alzó los hombros. Mamá sonrió resignada.






               Por la noche, papá dijo que iba a mandarnos de vacaciones a La Rochela, donde
               la tía Albita. Nos pusimos tan contentos e hicimos tanto alboroto que doña
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