Page 70 - El sol de los venados
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Mamá y Pacheco se miraron asombrados.






               –No seré capaz de pegar a mis niños –dije más seria aún.






               Mamá, que no podía más de la risa, dijo que ya vería el día que tuviera niños que
               hicieran diabluras.





               Por fin llegó el día de irnos para La Rochela. Roque pitó a las seis en punto de la

               mañana. Nosotros, aún medio dormidos, tratábamos de terminar el desayuno.
               Entre Roque, papá y la abuela, metieron las maletas en el maletero del carro.
               Mamá dio mil instrucciones a papá, que iba a quedarse solo en casa dos
               semanas.





               Mamá, la abuela y José iban delante, y todos nosotros detrás. Como yo me

               mareo, tengo derecho a una ventanilla. La otra les toca a los demás por turnos.





               Nos quedamos mirando a papá, que nos decía adiós con la mano, hasta que
               Roque torció al final de la calle.






               Salimos del pueblo y, a la vista de las montañas, ya empecé a marearme.
               Teníamos que atravesar las cordilleras, subir y subir como si esas montañas
               fueran a llevarnos al cielo.






               –Prepara una bolsa, Jana –me dijo mamá.
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