Page 64 - El sol de los venados
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–Buenas, don Chepito –dijo la abuela.
–¡Ah, doña Flora, qué milagro! ¿Qué la trae por aquí? –dijo el viejo poniéndose
de pie.
La abuela le entregó la receta y don Chepito empezó a arrancar hierbas de las
paredes y del techo. ¿Cómo hacía para distinguirlas? Mostró un manojo a la
abuela mientras decía:
–Apenas se beba el agua de ésta, cómase un terrón de azúcar, porque es amarga
como la hiel.
Pegué un salto.
–Es para la niña –dijo la abuela.
–¡Ay, pobre! –dijo don Chepe condolido. Ya veía lo que me esperaba.
–No voy a tomarme esas porquerías, abuelita –le dije enseguida.
–¡Claro que sí! Además, no son porquerías, son remedios, y da gracias a Dios
que los tenemos.