Page 62 - El sol de los venados
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Ese día, las hojas de los árboles me parecieron más verdes, el cielo más azul, me
pareció que la abuela tenía menos arrugas y que papá era menos severo. Por la
noche, planché sin refunfuñar la montaña de pañales de José y, cuando me fui a
la cama, le supliqué a mamá que me contara de nuevo cosas de su infancia.
Mamá lo hizo a regañadientes. Parecía muy cansada, se quedaba dormida a
cualquier hora.
Aprobé el curso. Tatá tuvo, como siempre, las mejores notas de todo el grupo y
yo pasé “raspando” las matemáticas y la geometría.
Hubo una ceremonia de fin de año en nuestra escuela. A Tatá le pusieron una
medalla de excelencia y a mí una de buen comportamiento. No me gustó nada.
Si me comportaba bien, no era porque quisiera, sino porque me daba miedo
portarme mal. Cuántas veces envidié a Silvia, una niña de pelo castaño y dientes
separados, que hacía mil travesuras y que no tenía miedo de la directora. Pensé
que esa medalla de buen comportamiento era más bien una medalla al miedo o a
la bobería.
Pero papá y mamá estaban muy orgullosos. Al volver a casa, papá nos entregó
un paquetito a cada una.
–¡No puedo creerlo! –exclamó Tatá, que había desenvuelto su paquete antes que
yo. Era un reloj ovalado con una pulsera dorada.
Abrí el mío y descubrí dentro el reloj más hermoso que mis ojos habían visto
jamás. Era pequeñito, con un redondel de oro alrededor del cuadrante y una
correa de terciopelo negro. Me lo puse temblando. No podía dejar de admirarlo.