Page 58 - El sol de los venados
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–Nunca he visto el mar, Ismael. Sólo en fotos y en el cine.
–A lo mejor un día podrás ir con nosotros.
Yo sabía que no, que papá nunca tendría dinero para pagarme un viaje así.
Cuando Ismael se fue, me pareció que la calle se había quedado vacía y el sol
que alumbraba no me alegró, y por la noche no salía a jugar a la calle, ni siquiera
cuando Tatá vino a decirme que me dejarían el primer turno en la rayuela.
Me senté en un rincón de la sala. Papá estaba allí leyendo el periódico. Ni
siquiera me preguntó lo que me pasaba. Mamá tampoco, como siempre estaba
ocupada con los más chiquitos. No tenía a quién decirle que estaba triste. Tatá lo
sabía, pero como yo soy más pequeña, no me hace mucho caso.
La mañana del examen llegué temblando a clase.
–¡Bueno, jovencitos, a trabajar! ¡Y ay del que levante la mirada de la hoja, pues
se ganará un buen reglazo! ¡Y al que vea copiando, además del reglazo le pondré
un cero! –gritó la profesora de matemáticas.
Las manos me sudaban. Leí las preguntas y los problemas y no entendí ni pío.
Cerré los ojos y recé un padrenuestro.
–¡María Juanita, estás esperando que baje el Espíritu Santo! –chilló la profe.