Page 54 - El sol de los venados
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–Pues porque creo que alguien con ese nombre tan importante no puede morirse

               así como así.





               –Dices unas cosas, Jana...






               –¡Ismael! –gritó una señora muy anciana de pelo totalmente blanco que entró en
               el despacho y abrazó a Ismael con todas sus fuerzas. Era su abuela, la mamá de
               don Silvestre. Al principio no la reconocí porque la había visto una sola vez.






               Vi a otra persona en la puerta.





               –¡Papá! –corrí hacia él y me colgué de su cuello.






               –Papá, dime que nunca vas a morirte, nunca, y mamá tampoco.






               Me abrazó muy fuerte y con voz temblorosa me dijo:






               –Todos tenemos que morirnos, Jana, pero yo espero que tu mamá y yo podamos
               vivir mucho para ver a nuestros hijos crecer, hacerse mayores y defenderse en la
               vida.






               Papá se acercó a Ismael y lo abrazó sin decir ni una palabra. Dio el pésame a la
               abuela y regresamos a casa en silencio.
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