Page 59 - El sol de los venados
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Hubiera querido decirle que sí, porque sólo el Espíritu Santo podría entender
               todos los enredos de las matemáticas, pero no dije nada. Me hundí en mi pupitre
               y volví a leer el cuestionario, y creo que el Espíritu Santo tuvo compasión de mí

               porque entonces sí entendí algo. Sin embargo, cuando regresábamos a casa
               pregunté a Tatá por los resultados de los problemas y me di cuenta de que me
               había equivocado en varias cosas.





               La cabeza me dolía. Me tiré en los brazos de mamá sin decir nada.






               –¡Estás ardiendo, Jana! –dijo mamá tocándome la frente.






               –No, mamá, no tengo nada –dije con angustia, pues los exámenes acababan de
               comenzar y no quería perderlos.






               –Tatá, trae el termómetro. Esta muchacha tiene fiebre –dijo mamá muy seria.





               Claro que tenía fiebre. Mamá me metió en la cama, me friccionó el cuerpo con
               una loción especial y la abuela me dio a beber uno de sus horribles cocimientos.






               –Mamá, yo no puedo faltar a los exámenes –le dije llorando.






               –Primero está la salud, Jana –dijo con dulzura.
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