Page 55 - El sol de los venados
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No podía quitarme de la cabeza la imagen de don Silvestre ensangrentado,

               inmóvil como un maniquí.





               Por la noche, mamá me dio una taza de agua de toronjil.






               –Mamá, yo no quiero que te mueras. Todo el mundo puede morirse, pero no tú,
               ni papá, tampoco la abuelita, ni Tatá, ni ninguno de mis hermanos, ni Ismael.






               –No pienses en eso, Jana.





               Mamá tenía una gran tristeza en los ojos y hacía esfuerzos para no llorar.






               –¿Estás tan triste por lo de don Silvestre? –le pregunté.






               –Sí, Jana, era un gran hombre. Honrado y justo. La policía es una porquería.






               –¿Por qué?





               –Porque todos quieren mandar y no les importa la gente en realidad. Y cuando

               hay un hombre bueno que se preocupa por el bienestar del pueblo, lo matan.





               –Como a don Silvestre... –dije a punto de llorar.
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