Page 51 - El sol de los venados
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Todas esas cosas se me vinieron a la cabeza y no supe a qué horas salté a la calle
               y me fui corriendo a casa de Ismael.






               –¡Jana! –gritó mamá. No le hice caso. Corrí y corrí, me metí entre la gente y vi
               allá en la acera de la tienda de don Cristóbal el cuerpo de don Silvestre. Vi la
               gente que corría en hilitos por todas partes y a Ismael y su mamá, que
               acariciaban llorando ese rostro sin vida. La gente no se movía, no hablaba, yo
               creo que no respiraba. Sentí algo en mi pecho como si también yo fuera a
               morirme, pero por otra herida de la que no salía sangre. Eso debía de ser lo que

               mamá llamaba una pena honda. Me fui acercando mientras me limpiaba las
               lágrimas, que salían a chorros. La mamá de Ismael me vio y me miró como
               diciéndome: “Qué solos nos hemos quedado, Jana”.





               Me tiré en sus brazos.






               –Jana, Janita, qué vamos a hacer, qué vamos a hacer –repetía sin cesar mientras
               me estrechaba en sus brazos hasta quitarme el aliento.






               De pronto, la gente pareció despertar de su silencio y un rumor empezó a
               agitarla.






               –¡Vamos a buscar a los miserables que han cometido este crimen! –Gritó don
               Cristóbal.





               La gente se alborotó aún más.
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