Page 52 - El sol de los venados
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–Cállese, don Cristóbal, que a usted le puede pasar lo mismo –le dijo don
Argimiro, un amigo de papá.
–¡Pues que me pase! –y se le quebró la voz y se puso a llorar. Me di cuenta
entonces de que Ismael tenía razón cuando decía que los hombres mayores
también lloraban.
Don Cristóbal siempre había sido amigo de don Silvestre. Éste iba todas las
tardes a su tienda a tomarse una cerveza y hablaban de política. Don Silvestre
era concejal de nuestro pueblo y años antes había sido alcalde.
En ésas llegó la policía, que empezó a empujar a la gente y a ordenarle que se
retirara. El policía jefe tomó a la mamá de Ismael por los hombros y la hizo
levantarse mientras decía:
–Señora, lo mejor es que se vaya a su casa con los niños. Nosotros nos
encargaremos de todo.
–¡Ojalá se encarguen de hacer justicia! –dijo ella poniéndose de rodillas junto a
su marido. Acarició sus cabellos grises manchados de sangre y besó sus manos
rígidas mientras los sollozos la sacudían.
Don Silvestre parecía de cera y se veía inmensamente triste.
Finalmente, nos dirigimos a la casa. Antes de entrar, alcancé a ver a mamá y a la