Page 53 - El sol de los venados
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abuela cerca de los carros de la policía.






               La casa estaba llena de gente. Doña Rosita, una vecina, dio una taza de toronjil a
               la mamá de Ismael. Todo el mundo quería abrazarlos. Pero Ismael no quería ni
               abrazos ni palabras de nadie. Nos fuimos para el cuarto que don Silvestre
               llamaba “mi oficina” y nos sentamos en el suelo. Ismael miraba el escritorio de
               su papá y los libros en los estantes mientras las lágrimas rodaban por sus

               mejillas.





               –No llores, Ismael, por favor –le dije casi llorando también.






               –Voy a buscar a los asesinos de papá y los voy a matar –me dijo con rabia.






               –Deben de ser muchos. Además, te van a meter en la cárcel si matas a alguien –
               le dije tontamente.





               –¡No me importa! ¡Ojalá me mataran a mí también!






               –No, Ismael, no digas bobadas. Además, si te mueres le darás una pena terrible a
               tu mamá y no podrás escribir los libros que quieres escribir y yo no tendré a
               quién preguntarle lo que no entiendo ni tendré con quién hablar de poesías ni de
               los escritores. Y sabes... El abuelo me dijo un día que tenías un nombre muy
               importante, él lo leyó en la Biblia...






               –Quiere decir “Dios escucha”. Pero ¿por qué me dices eso, Jana?
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