Page 50 - El sol de los venados
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UNA TARDE OÍMOS varios disparos. Mamá se aferró del brazo de la abuela y
ambas corrieron a la puerta.
–¡Lo han matado! ¡Lo han matado! –gritaba un hombre en mitad de la calle.
La gente salía de todas las casas, las madres agarraban a sus niños de la mano
para no dejarlos ir hacia donde iba el tumulto, hacia la casa de Ismael...
Creí que iba a desmayarme. Me sentí mareada como si estuviera en un carro.
–¿A quién han matado? –preguntó la abuela a gritos.
–A don Silvestre Mejía –dijo la señorita Elvira mientras se persignaba.
–¡Jesús, María y José! –exclamó la abuela.
–¡Señor, pobre familia! –dijo mamá.
¡Ismael! ¡Ismael ya no tenía papá! Pero ¿qué va a hacer Ismael sin su papá? ¿Por
qué has dejado, Niño Jesús, que esto pase? Ya no volveré a ver los ojos azules de
don Silvestre, ni su pelo gris, ni ese gesto que hacía cuando se quitaba el
sombrero para saludar. Papá nos dijo un día que don Silvestre era lo que se llama
un caballero.