Page 77 - El disco del tiempo
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Un guardia golpeó el rostro del encadenado Teseo con la parte plana de su doble

               hacha. El joven cayó, con los labios rotos. Sin proferir ni un quejido, se levantó
               del suelo y encaró a Minos.

               —Puedo probarlo.


               —Para ganar mi reino, esclavo, hice alarde de tener el favor de los dioses. Mis
               desgracias provienen de ese momento, ¿qué pueden hacer los dioses por ti,
               miserable? Demuestra que eres hijo de Poseidón y recupera mi sello de oro.


               El rey se levantó de su trono y con el gesto que delataba al antiguo atleta, arrojó
               al mar el sello de la talasocracia.


               Los guardias liberaron a Teseo de sus cadenas y el joven se lanzó a las aguas. Al
               cabo de larguísimos minutos regresó, la sangre de su rostro fue lavada por la
               espuma, traía el sello en su puño.


               –La misma Tetis lo puso en mi mano —jadeó al estar frente a Minos con el
               rostro blanco y los ojos del color ambiguo de los ahogados— y mi padre
               Poseidón envía saludos al hijo de Zeus.


               Durante toda esta escena, que se narró en las pinturas del Templo de Teseo, en
               Atenas, la princesa Ariadna había permanecido callada, envuelta en un creciente
               asombro ante la personalidad del hombre de Trecén.


               Vio que tenía la cabeza y la estatura de un héroe, los movimientos de un dios y la
               mirada sombría de un amante y tuvo la certeza de que podía escuchar el sonido
               de sus pensamientos y el rumor de sus sueños.


               Teseo abandonó el rostro de Minos para encarar el de la princesa que, envuelta
               en su peplo y semejante a una diosa, lo miraba con curiosidad.


               Esos ojos llenos de sombras traspasaron los ojos de Ariadna y le causaron un
               tormento no sentido, una inefable felicidad, una loca esperanza y un olvido del
               presente. En el fragmento de un segundo quiso correr en un campo inmenso y
               gritar el nombre de Teseo. El hombre semejante a un dios que estaba parado

               frente a ella, chorreando agua salada, como la viva imagen del Agitador de la
               Tierra, era su destino. Pudo sentir eso, como podía presentir los terremotos antes
               de que se produjeran. Deseó frenéticamente que no fuera un esclavo, un tributo,
               un campesino inculto de un inculto pueblo, el hijo de un oscuro rey de nada ese
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