Page 78 - El disco del tiempo
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soberbio varón que la miraba con un orgullo nunca visto en los salones del
Palacio de las Hachas.
Minos percibió las miradas que se cruzaron entre su hija y el prisionero, y tuvo
súbitamente miedo de Poteidan, al mismo tiempo que desde ninguna parte, una
sombra empapada de dolor llegaba hasta la conciencia de la princesa. Era su
hermano, el morador de los lugares bajo tierra, llorando por venganza, celoso,
desde toda la muerte, de toda la vida que disfrutaba Teseo.
Y fue la voz de otra mujer —que sería reina— la que habló a través de los labios
de Ariadna:
—Esclavo, inclina tu cabeza ante el emblema de la Doble Hacha y el Rey y la
princesa de Knossos.
Minos miró nuevamente a su hija y sonrió. El orgullo de la talasocracia se
manifestaba a través de Ariadna. Androgeo sería vengado por toda la eternidad.
Su sombra podía tener consuelo cuando la sombra del orgulloso trecenio bajara
al Hades.
En unos días el hijo de Etra participaría en los juegos fúnebres en honor del
malogrado príncipe cretense. Tal vez vencería en la lucha y en los lanzamientos,
pero con toda seguridad sucumbiría ante el toro. Así había sido siempre. Así
sería.