Page 83 - El disco del tiempo
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citados por las víctimas atenienses, el espectáculo degenera en desagradable

               carnicería, lo que sin lugar a dudas ha contribuido a la decadencia del arte del
               toro.

               Había sido idea del rey Minos exponer a los cautivos atenienses a la muerte ante

               los toros. Quienes no eran despedazados por el animal eran atravesados por las
               lanzas y flechas cretenses. Los verdaderos amantes de la tauromaquia
               despreciaban el giro que había tomado el combate con el toro. De ser una fiesta
               de acrobacia, hecha emocionante por el peligro real que corrían los acróbatas, se
               había convertido en espectáculo de muerte, más ligado al Hades que a la vida
               humana. Si bien es cierto que los bajos instintos del pueblo de Knossos eran
               satisfechos con el espectáculo de cuerpos humanos desgarrados por las astas del
               toro, los sectores más cultos de la población, encabezados por los seguidores de
               Dédalo, reprobaban categóricamente a Minos por haber instituido esa variante de
               los juegos para honrar la memoria de su hijo, el malogrado Androgeo.


               Después de una noche de pesadillas, en las que de manera recurrente se le
               aparecía inquietándola el hombre de Trecén, Ariadna se despertó con las
               primeras luces del alba. Sabía que tenía poco tiempo, que al día siguiente Teseo
               estaría muerto, uncido al carro fúnebre de su hermano Androgeo. Se levantó y
               presa de una fiebre desconocida, atravesó por entero el Palacio de las Hachas y
               exigió al guardia ver al prisionero trecenio. El soldado no osó desobedecer a la
               heredera de la talasocracia y despertó a Teseo de un puntapié.


               Teseo, al contrario de Ariadna, durmió con un sueño tranquilo. Había
               transmitido confianza a sus compañeros atenienses, prometiéndoles acabar con
               el yugo de Creta.


               —Venceré en todos los juegos, apelaré a los sacerdotes de Poteidan y nos
               concederán el indulto.


               —¿Vencerás al toro? —le habían preguntado.


               —Derrotaré a Minos —contestó, encogiéndose de hombros.


               Cuando estuvo delante de Ariadna, en el corredor que llevaba a las celdas donde
               permanecían los prisioneros, observó las ojeras que cercaban sus ojos y el brillo
               de la fiebre en sus pupilas.


               —¿Y por qué la princesa de Knossos viene a ver al esclavo trecenio? —le
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