Page 85 - El disco del tiempo
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—Yo me salvaré a mí mismo —contestó Teseo orgullosamente—, salvaré a mis
compañeros y libraré al Ática de las crueles cadenas con que Minos nos ata los
pies y las manos. Llegará un día en que no quede memoria alguna del poder de
Creta, mientras que los nombres y las obras de los atenienses resonarán hasta las
moradas de los dioses.
—Tal vez sea como dices, tal vez el futuro sea como lo vislumbro yo. Los juegos
comenzarán en breve. Morirás, orgulloso trecenio, si no aceptas la salida que te
ofrezco.
—No moriré, princesa de Knossos. Venceré en los juegos y mataré al toro que
me enfrente.
—¿Y cómo piensas evitar las cien flechas que lancen los arqueros de Knossos
para traspasar tu orgulloso corazón?
—Mi padre, Poseidón, detendrá las flechas con cien manos— contestó Teseo con
un dejo de ironía.
—Está bien. Es tu elección.
Ariadna le dio la espalda a Teseo. Y las lágrimas inundaron su rostro. Se había
dado cuenta de que lo amaba y que había soñado para él un futuro de
promisión… Y también se había dado cuenta de que su amor no sería
correspondido.
Todo estaba ocurriendo muy rápidamente. Minos, Pasífae y Ariadna ocuparon el
palco de honor. Los sacerdotes de Poteidan y las sacerdotisas de Potnia revestían
sus blancas vestiduras ceremoniales. La corte cretense brillaba, con sus joyas de
oro y sus ricos y coloridos trajes. Las mujeres vestían los ceñidos justillos que
dejaban libres los senos y las sacerdotisas y las damas de la realeza habían teñido
de rojo sus pezones.
Era costumbre en Creta que en los juegos participaran por igual los hombres y
las mujeres. Espigados jóvenes atletas de ambos sexos, con una corta faldilla por
toda indumentaria, sujetaban sus largas cabelleras en un apretado moño.
El llamado Patio de los Toros servía para las competencias de atletismo: carreras