Page 76 - El disco del tiempo
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La sacerdotisa se encogió de hombros. Eso la tenía sin cuidado.


               El camino a Amnisos había fatigado a la princesa. Nunca había acudido al puerto
               a presenciar el desembarco de los prisioneros. Minos se reservaba para sí el
               placer de humillar a Atenas. En esta ocasión, Ariadna manifestó su voluntad de

               ir, en representación de Pasífae y acompañada por Creteia.

               La vista del puerto era magnífica. Los barcos de la talasocracia parecían flechas
               de plata en el mar azul y no tardó en divisar la nave de velas negras. Era una de

               las leyendas de Knossos.

               En un estrado se había levantado un trono para Minos y otro para Ariadna,
               cubiertos por un palio púrpura. Padre e hija ocuparon sus lugares y esperaron

               unos minutos. La Guardia de la Doble Hacha rodeaba al grupo de prisioneros.
               Hijas e hijos de campesinos del Ática miraban con ojos de cansancio y miedo la
               animación del puerto cosmopolita. Ariadna sintió piedad y pensó que debía
               fortalecer su corazón antes de atreverse a ocupar algún día el Trono de los
               Grifos.


               La mirada de Minos era helada. Recordaba a Androgeo y pensaba también que la
               venganza no era suficiente para aplacar las tormentas tristes que se le empozaban
               en el alma. La Guardia de la Doble Hacha depositó a los pies de Minos,
               simbólicamente, los tributos de los estados vasallos. Después y de manera
               rápida, describieron la procedencia y el nombre de los prisioneros. Minos alzó
               las cejas cuando escuchó el nombre de Teseo de Trecén. Una antigua historia
               luchaba por abrirse paso en su memoria.


               —¿Eres el hijo de Piteo?


               —Su nieto. Mi madre es Etra, princesa de Trecén.


               —¿Y tu padre?


               —Poseidón —dijo firmemente Teseo, mirando a los ojos a Minos.

               —Sí, yo soy hijo de Zeus —repuso Minos con sorna— presido la talasocracia y

               estoy sentado en un trono. Tú eres un esclavo, cargado de cadenas.

               —Yo cargo cadenas. Tú cargas tu odio y tu ambición.
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