Page 18 - La desaparición de la abuela
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RODRIGO no podía concentrarse en lo que el maestro explicaba en clase: sólo
pensaba en el disquet de su abuela y en cómo leer sus archivos. Al parecer, la tía
Mariana tenía razón. En todo México no había una sola computadora que
pudiera leerlo. Podría hacerlo con un modelo fabricado hacía veinte años y era
imposible encontrarlo. ¡Ya nadie lo tenía!
Natalia, sentada en la banca de al lado, se dio cuenta de que su amigo se traía
algo entre manos, pues cuando se concentraba profundamente fruncía el ceño y
los labios como si fuera a dar un beso. Él no sabía, claro que no sabía, que esa
manifestación de profunda concentración la fascinaba y la intrigaba.
A la hora del recreo, se acercó a él. Quería que le contara lo que le pasaba sin
que ella tuviera que preguntárselo. El muchacho le sonrió tímidamente y le
ofreció su torta, mientras pensaba que le encantaría platicarle; pero pensó que
seguramente le iba a parecer ridículo el andar preocupándose por cosas de su
abuela, de una viejita que quién sabe si estuviera viva.
Natalia notó la timidez de su amigo e inició la conversación con una pregunta
que pudiera ayudarle a confiar en ella:
—¿Qué onda? ¿Te fue mal en los exámenes?
—No, para nada. Estoy seguro de que no reprobé ninguno —aseguró el chico.
—Es que como mañana entregan calificaciones, creí que estabas preocupado por
eso.
—Lo que pasa es que estoy preocupado por otra cosa. Un rollo ahí medio
regular.
Ella guardó silencio pues intuyó que, de ese modo, su amigo le diría lo que le
preocupaba. Y, en efecto, así fue. Rodrigo reflexionó que finalmente si Natalia
no le hacía caso o se burlaba de él, no valía la pena como amiga. Entonces le
narró la historia de su abuela desaparecida y de su curiosidad por el disquet,