Page 20 - La desaparición de la abuela
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Precisamente en esta sala del museo, que es la Sala de la Tecnología Superada,

               tenemos una computadora personal 286 en la que es posible leer floppys de
               1989. Son muy raros. Te puedo afirmar que ya no existen. Aquí tenemos unos
               cuantos, pero la mayoría se fueron a la basura. ¿Por qué te interesa tanto? —
               inquirió finalmente y, con ansiedad, añadió:


               —¿Tienes alguno?

               Con gran aplomo, Rodrigo dijo la verdad a medias:


               —Sí. Sólo uno. Mi abuelo tiene algunos que ya no puede leer en ningún lado y
               me pidió que buscara dónde poder hacerlo, pues quiere rescatar cosas que algún
               día escribió. No sé si el museo me permitiría intentarlo...


               —¡Por supuesto! —exclamó el hombre con voz melosa—. Y además, con
               mucho gusto yo te ayudo.


               Rodrigo pensó a toda velocidad. Si había algo importante en ese disquet, no
               quisiera que el guía se enterara, pero fingió estar de acuerdo. En ese momento, lo
               único que le interesaba era saber si podía leerlo.


               Siguió al hombre hasta una enorme máquina y éste se asombró ante los
               conocimientos del muchacho: sin dificultad entró al disco duro para conocer los
               programas que tenía cargados y luego al directorio del disquet... Rodrigo no daba
               crédito a su buena suerte. ¡No iba a tener ningún problema pues las

               terminaciones de los archivos correspondían a uno de los programas instalados!

               En ese momento, el chico se sacudió polvo inexistente del hombro izquierdo.

               Era ese el código secreto que tenían los hermanos entre sí. Esteban entendió lo
               que tenía que hacer: quitar al guía de ahí y entretenerlo el tiempo suficiente para
               que Rodrigo pudiera analizar el disquet sin testigos.


               Natalia comprendió de inmediato de lo que se trataba y le guiñó un ojo a
               Esteban. Acto seguido, fingió que se tropezaba con una máquina y se dejó caer
               al piso, desmayada.


               Esteban gritó y el hombre se acercó corriendo hasta ellos. Sacudió a la chica,
               pero ésta no respondió.

               —¿Qué le pasó? —preguntó enojado.
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