Page 25 - La desaparición de la abuela
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Carlos había escuchado en silencio la conversación antes de intervenir en ella:


               —¿Y se quedaron tan tranquilos? Imagino que te asediaron a preguntas.


               —Imaginas bien —sonrió Mariana—. Quisieron ver las cosas de mamá y...


               —¿Y qué pasó? —se preocupó Maribel de antemano.


               —Me pidieron el disquet que guardaba, ¿lo recuerdas? Rodrigo se quedó con él.
               Piensa, el pobrecito, que va a poder leerlo.


               Carlos tranquilizó a su esposa:


               —Imposible. Nada más piensen que yo le vendí la computadora a tu mamá en
               1989. En todo el mundo no hay ninguna máquina que pueda leer ese disquet. Así
               que tranquilízate.


               —No sé. No sé —musitó Maribel—. ¿Te acuerdas adonde fueron hoy? —insistió
               con angustia creciente—. ¡Dijeron que debían hacer una tarea en el Museo de la
               Computación! ¡Claro! ¡Fueron a ver si podían leer el disco y eso me preocupa
               mucho porque mamá desapareció por algo relacionado con su trabajo!


               —No, no, no... —la tranquilizó Carlos—. Ese disco, si pudieron leerlo, que no lo
               creo, no tiene nada importante. Te estás angustiando en balde, mujer. Cálmate.
               Tú viste a los muchachos. Están como siempre. Si hubieran descubierto algo
               importante, lo sabríamos. Te prometo que mañana hablo con Rodrigo para saber
               qué pasó; ya déjate de angustias, que sólo te van a hacer daño.


               Maribel trató de tranquilizarse. Su marido tenía razón. No había por qué ponerse
               así. Sus hijos estaban bien, estaban en casa, no valía la pena sufrir por nada.


               La sobremesa familiar cambió de rumbo y se prolongó un rato más. La
               conversación derivó hacia recuerdos de Doña Elena, la Nena, como todo el
               mundo conocía a su mamá, y a la falta que todavía les hacía.


               Mariana se secó una lágrima furtiva y pensó que era mejor marcharse. Esas
               pláticas siempre los llenaban de nostalgias dulces y era hora de irse a casa. Su
               hermana y su cuñado le dieron las buenas noches.


               Ninguno de los tres se percató, cuando Mariana subió a su auto, de que un
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