Page 30 - La desaparición de la abuela
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Lo primero que hizo Carlos al llegar a su oficina fue inspeccionar la pantalla que
le informaba en dónde estaban sus hijos. Respiró aliviado. Ambas señales le
indicaron que estaban en la escuela. Acto seguido, marcó el teléfono de la
policía y le explicó al agente que lo atendió todo lo que había ocurrido.
—Debemos revisar su casa, señor —indicó el policía al otro lado de la línea.
—¡Eso es imposible, comandante! Mi esposa no debe sospechar nada, no quiero
preocuparla.
El agente comprendió, le sugirió que reinstalara la alarma lo más pronto posible
y le pidió que no se inquietara por su hijo: estaría bajo vigilancia constante
durante unos cuantos días.
Ya un poco más tranquilo, Carlos se comunicó con la empresa que instaló la
alarma. Explicó lo ocurrido, pidió que fueran a reinstalarla pero con nuevas
medidas de seguridad, y que el técnico que acudiera a su casa no fuera a decirle
nada a su esposa. El vendedor le dio todas las garantías de que así sería y
prometió que esa misma mañana quedaría lista. Confiado, Carlos se dispuso a
enfrentar el día.
¿Cómo podría suponer que tanto el agente como el vendedor de alarmas se
comunicarían de inmediato a una oficina veinticinco pisos bajo tierra después de
hablar con él?
Rodrigo no podía prestar atención al maestro, no podía estarse quieto. Estaba
aturdido por la desaparición del disquet, y una y otra vez le venía a la mente la
frase misteriosa que leyó en uno de los archivos de su abuela: “¡Al fin podré
explicarlo! Mendoza 39”.
Pensó todo el tiempo y llegó a la conclusión, primero, de que alguien había
robado el disquet, y después fue tomando forma una idea en su mente que tenía
que poner en práctica cuanto antes: era muy posible que eso de “Mendoza 39”
fuera una dirección y habría que buscarla. ¿En dónde? En un directorio por
calles o en Internet. A la red sólo podía entrar en la oficina de su papá y quién
sabe cuándo podría ir; y el directorio, ¿dónde conseguir uno que correspondiera
a los años en que desapareció la abuela? No sabía. ¿Quién podría tener uno...?