Page 31 - La desaparición de la abuela
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—¡Señor Quijano!
La voz estentórea del profesor lo volvió a la realidad.
—¿Cómo encuentra usted el área de un triángulo rectángulo, sabiendo que el
ángulo a mide 53 grados y el cateto adyacente 62 centímetros?
Rodrigo, que tenía la mente puesta en algo de suma trascendencia, no se acordó
en ese momento de la respuesta.
—Pues, este... creo que...
El maestro le lanzó una mirada fulminante:
—¡En mi clase no se cree... ¡se sabe! Así que haga el favor de ir con el director a
contarle que no sabe... ¡y no vuelve a entrar en mi clase hasta que no traiga
resuelto el problema!
Abatido, Rodrigo salió del salón de clases. Matemáticas era la materia que más
trabajo le costaba y sabía que eso de ir a la dirección le iba a acarrear problemas
muy pronto. Pero, ni hablar, tenía que ir a enfrentar lo que fuera o, de lo
contrario, podría reprobar... y ¡eso sí que no...!
Cuando llegó a la oficina del director, la secretaria le dijo que éste tardaría una
media hora en llegar y que sería mejor que se sentara a esperarlo. Con fastidio, el
muchacho obedeció, pero un segundo después se levantó y se dirigió a la
secretaria.
—Oiga, señorita, ¿no tendrá algo que pueda leer mientras espero?
La mujer levantó los hombros y frunció el ceño: tenía mucho trabajo como para
estar aguantando aun nervioso adolescente.
—¿Por qué no vas un rato a la biblioteca y vuelves en veinte minutos...?
¡Eso no podía ser otra cosa más que un milagro! ¡La biblioteca de la escuela
tenía varias PC’s conectadas a Internet y no se le había ocurrido antes...!
Rodrigo disimuló su alegría, e imitando a la secretaria al levantar los hombros,
dijo fingiendo displicencia: