Page 26 - La desaparición de la abuela
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hombre con facha de mendigo acechaba detrás de un arbusto. Cuando todas las

               luces se apagaron y no hubo ningún ruido, el sujeto eliminó la alarma ultraláser
               que protegía la casa, abrió la puerta y se introdujo.

               Sigilosamente, como un gato, subió las escaleras y no tuvo dificultad en hallar la

               recámara del chico que le interesaba. Rodrigo dormía a pierna suelta y no
               escuchó que el hombre revisaba sus cosas y que en cuestión de segundos dio con
               el disquet y que, con el mismo sigilo con que entró, salía de su cuarto y de su
               casa.


               A la mañana siguiente, cuando Rodrigo iba a meter en su mochila sus libros y
               cuadernos para irse a clases, se dio cuenta ¡de que el disquet no estaba! Revolvió
               todo, abrió cajones, buscó bajo la cama... regresó a sus libros... No, no... si no
               era tan desordenado, ni tan desmemoriado como para no saber que lo dejó
               exactamente entre las hojas de su libreta de matemáticas. Pensó que lo podría
               tener Esteban... o sus papás después de que su tía les contó todo.


               Voló al cuarto de su hermano y éste juró y perjuró que no lo tomó. Corrió
               entonces en busca de sus padres. Carlos se estaba rasurando y su mamá
               terminaba de maquillarse.


               —¡Mamá! ¡El disquet de mi abuela no está donde lo dejé anoche!


               Maribel sintió que una opresión angustiosa le cerraba la garganta, pero disimuló.


               —Por ahí ha de estar, hijo, búscalo bien.

               —¡No, mamá! ¡Te digo que no está!


               Cuando Rodrigo corrió de nuevo a su cuarto, Maribel entró presurosa en el baño
               donde se rasuraba su marido.


               —Carlos, el disquet de mi mamá desapareció del cuarto de Rodrigo. ¡Dime por
               favor que tú lo tienes!


               Carlos, con el rastrillo sobre la mejilla, no pudo impedir causarse una pequeña
               herida en la barbilla ante la entrada intempestiva de Maribel.


               —No. Yo no lo tengo.
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