Page 28 - La desaparición de la abuela
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años.
Conrado Mustaquio entrecerró los ojos.
—¿Cómo se llama el chico?
—Dijo llamarse Sebastián del Piombo, pero su verdadero nombre es Rodrigo
Quijano.
—Muy astuto nos resultó este muchachito —caviló Mustaquio en voz alta y
entre dientes. Y añadió con su frialdad acostumbrada:
—Por supuesto tú, que eres un ignorante, no sabes quién fue Sebastián del
Piombo ni tampoco quién se apellidaba Quijano, ¿verdad?
El mendigo se sintió apabullado y dirigió su mirada a la punta de sus zapatos
viejos y rotos.
Claro que no lo sabía, y su ignorancia lo hizo enrojecer. Conrado Mustaquio, que
se sentía poderoso humillando a las personas, sonrió con sarcasmo y, luego, dio
una orden terminante:
—Organiza a tu grupo y que no me pierdan de vista al chico. Quiero conocer
minuto a minuto todos sus movimientos, cada uno de sus pensamientos, ¡quiero
saberlo todo!, ¿entendido?
—Ssssí, señor... —balbuceó el mendigo.
—La línea de mi audiocel estará abierta permanentemente para que mi
computadora registre tus informes. ¿Quedó claro?
Sin esperar a que el mendigo respondiera, Mustaquio chasqueó los dedos para
que se marchara. No quería verlo más por el momento. El mendigo se fue y,
cuando la puerta se hubo cerrado tras él, Conrado Mustaquio soltó una carcajada.
—¡Nunca dejaré de tener todo bajo mi control! ¡Nunca!
Acto seguido, y sin perder la sonrisa, se sentó ante su escritorio. Abrió un cajón
del que extrajo unas tijeras y, con gran satisfacción, cortó el disquet en pedacitos.