Page 32 - La desaparición de la abuela
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—Bueno... regreso al rato.


               El regocijo de Rodrigo no tenía límites. Por dentro gritaba de alegría, saltaba,
               bailaba... ¡verdaderamente no podía creer que tuviera tanta suerte!, si bien la
               secretaria sólo vio en él a un chico con cara de aburrimiento; volvió a su trabajo

               y no se dio cuenta de que el chico hacía una pirueta al salir de la oficina.

               Con la convicción de que era el muchacho más afortunado del mundo, corrió
               hacia la biblioteca y se sentó ante una de las computadoras que podían consultar

               los estudiantes, siempre y cuando contaran con la autorización de algún maestro.
               Sabía que si lo descubrían consultando la red sin permiso, corría el riesgo de que
               lo expulsaran, pero confiaba en su habilidad. Así que marcó, se conectó, empezó
               a navegar... buscó... México... calles en México... llegó a la M... María...
               Mayor... ¡Mendoza! Mendoza de Aguilar... Mendoza de Antonio, Mendoza de
               Miguel... ¡por fin...! Un Mendoza sin nombre... ¡era una calle en el barrio de
               Coyoacán!


               Rodrigo, sabiéndose héroe de mil batallas, colocó el puño de su mano derecha
               sobre su corazón y juró mentalmente que al siguiente día, sábado, investigaría el
               misterio que se ocultaba detrás de esa dirección.


               Apagó la máquina y consultó el reloj. ¡Veinte minutos exactos...! ¡Ufff...! Con
               las manos en los bolsillos salió de la biblioteca y regresó a la oficina del director.
               La secretaria lo observó mientras se sentaba como si no rompiera un plato, y
               volvió a lo suyo.


               Y como aún faltaban algunos minutos para enfrentarse al regaño, decidió que era
               hora de pensar en el grave problema matemático que tenía encima. Hizo un
               esfuerzo mental y, tras apretarlos ojos para bucear mejor en su memoria, ¡dio con
               la solución!; plantear el dibujo, marcar el ángulo a y el cateto adyacente. Sacar
               con la función tangente el cateto opuesto y, por medio del teorema de Pitágoras,
               sacar el valor de la hipotenusa. Con los tres valores, plantear la fórmula del área
               de un triángulo, ¡que es base por altura sobre dos! ¡Tan sencillo como eso!


               Cuando el director llegó a su oficina, Rodrigo le explicó lo ocurrido en clase y,
               antes de que lo regañara, le entregó la respuesta. El director movió la cabeza de
               un lado a otro y lo sentenció.


               —El lunes, a primera hora, me traes resueltos diez problemas iguales a éste y
               después de que yo los vea, se los entregas a tu maestro, ¿de acuerdo?
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