Page 36 - La desaparición de la abuela
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Rodrigo no sabía por qué pero se sonrojó hasta la punta de los pies, mientras
tartamudeaba:
—Este... este... es que...
La rubia sonrió aún más.
—¿Quieres viajar a algún lado?
El ágil pensamiento del muchacho le advirtió, al mismo tiempo, que la rubia era
tan bonita que lo había atarantado y que debía decir algo inteligente de
inmediato.
—No, gracias. Lo que pasa es que tengo que hacer un trabajo de la escuela sobre
casas de la época de la Colonia, ¿esta casa es una de ellas? —preguntó con su
mejor actuación de tonto.
—Así es —respondió la muchacha, con otra sonrisa—. Esta casa perteneció a
uno de los lugartenientes de Hernán Cortés y es muy linda, ¿quieres conocerla?
También tengo información sobre ella que puede servirte.
—¡Claro, me encantaría! —exclamó Rodrigo, sin darse cuenta de que la puerta
detrás de él se había abierto sigilosamente.
La chica rubia levantó levemente la ceja izquierda y en ese momento dos
hombres inmovilizaron a Rodrigo. El primero le tomó los brazos por detrás y el
segundo le colocó un pañuelo sobre el rostro.
Rodrigo alcanzó a pensar, antes de perder el sentido, que había caído en una
trampa.
Al terminar el juego, Esteban respiró tranquilo, no veía a su papá por ningún
lado. Ese sábado, gracias a Dios, no se le había ocurrido ir al partido.
Sin prisa y con toda tranquilidad, se tomó un refresco en la tienda de la esquina
con sus amigos y se fue a casa. Al llegar, no notó nada extraño. Sus padres
conversaban tranquilamente como todos los sábados después de desayunar, y le
sonreían dándole la bienvenida.