Page 40 - La desaparición de la abuela

que lo observaba con ansiedad; pensó que era mejor no decir nada porque de

seguro lo iban a encerrar.

Sin embargo, cambió de opinión pues pareciera que la mujer adivinara sus
pensamientos.

—Te prometo que no va a pasarte nada. En cuanto nos digas dónde obtuviste el
reloj, los señores policías se van a ir y tú podrás marcharte a tu casa.

Orelio no supo por qué, pero creyó en esa señora, que parecía saberlo todo, y con
voz compungida confesó:

—Pos andaba yo por Coyoacán porque por áhi vivo, y redepente un señor
grandote con bigotes me lo regaló. Me dijo que era mío, pero que me juera a
pasear por todas las estaciones del metro...

—¿Y no te dijo nada más? ¿No viste nada? —le preguntó Carlos, con ansiedad.

—No. Nada...

—¿Estás completamente seguro? ¿El señor ése no te dijo ninguna otra cosa? —
preguntó ahora Maribel acercándosele con una chispa de esperanza en la voz.

—No. Se lo reprometo, seño —afirmó Orelio más tranquilo.

Los policías presenciaban la escena con fastidio. La mujer le había dicho al niño
que lo dejarían ir, pero eso sí que no se iba a poder. Tenían que llevarlo a la
comandancia.

—Señora, si me permite... —el policía se acercó a Orelio para tomarlo por el
brazo—. Tenemos que irnos y...

Carlos dio dos pasos hacia el agente para detenerlo, pues no quería que se
llevaran al chiquillo.

—Es claro que el niño está diciendo la verdad y no tiene por qué llevárselo. No
tenemos de qué acusarlo. ¡Será mejor que investiguen quién fue el hombre que le
regaló el reloj de mi hijo! —casi gritó Carlos, tratando de contener la angustia
que le atenazaba la garganta.