Page 37 - La desaparición de la abuela
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—¿Y Rodrigo? —preguntó Carlos despreocupado, suponiendo que éste se había

               quedado un poco más en la tienda con sus amigos para comentar los incidentes
               del juego.

               Nunca en su vida Esteban había sentido lo que en ese momento: como si de

               pronto el mundo se hubiera congelado y todo se moviera como en cámara lenta.
               Maribel notó de inmediato que Esteban había palidecido.

               —¿Dónde está tu hermano? —preguntó alterada, presintiendo algo espantoso.


               El chico miró a sus padres con temor, con un sentimiento de desamparo, y luego
               con una mezcla de miedo y angustia: estaba seguro de que algo malo le había
               pasado a Rodrigo. Por eso no se atrevió a decir la verdad.


               —Cuando llegamos al juego me dijo que le dolía mucho la barriga y que iba a
               regresarse a la casa, y que aquí nos veíamos.


               —¿A qué hora fue eso? —le preguntó Carlos con la sensación de que el
               estómago se le había pegado a la columna vertebral.


               —Pues como a las ocho más o menos.


               Carlos y Maribel cruzaron una mirada de angustia.


               —¡Mientras voy a la oficina a revisar el localizador, llama a la policía! —ordenó
               el hombre al tiempo que corría hacia su auto—. ¡A lo mejor ya tienen el
               holograma de Rodrigo!


               Esteban sentía el alma suspendida mientras su mamá marcaba el 001, el teléfono
               que comunicaba con todas y cada una de las patrullas de la ciudad, para saber si
               tenían noticias de Rodrigo. Ella esperó unos cuantos segundos a que buscaran en
               las emergencias del día. Por fin, le aseguraron que no, que no había habido nada.


               Pálida y temblorosa, Maribel colgó la bocina del teléfono y se acercó a Esteban
               para abrazarlo pues estaba más pálido que ella.


               —Quiero que estés tranquilo. Tu hermano va a estar bien, ya lo verás.


               El muchacho apretó los ojos y las mandíbulas porque sabía muy bien lo que
               tenía que hacer: decir la verdad. Al hacerlo, no traicionaba a su hermano pues
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