Page 42 - La desaparición de la abuela
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La noche del sábado, de un sábado que parecía igual que todos y que no
               presagiaba nada malo, fue una auténtica pesadilla para la familia Quijano y para
               la tía Mariana, que sólo atinaba a comerse las uñas.


               En la comandancia, policías iban y venían y les preguntaban y les volvían a
               preguntar, y ellos a decir que no sabían más de lo que ya dijeron: que Rodrigo
               había encontrado un disquet y que alguien se había metido en su casa para

               robarlo y que Rodrigo había ido esa mañana a Coyoacán, pero que desconocían
               el sitio exacto. ¿Qué más podían decir?

               Después de hacerles preguntas durante varias horas, los agentes aseguraron a los

               Quijano que iban a hacer todo lo posible para encontrar a Rodrigo... Que
               hallarían a Orelio para que pudieran tener el retrato hablado del hombre que robó
               el reloj... Que enviarían su fotografía a todo el país...Que intentarían todo lo que
               estuviera a su alcance... Que estaban seguros de que el muchacho aparecería
               muy pronto... Que la ola de desapariciones que se dieron en los años noventa no
               había vuelto a ocurrir, así que debía ser una travesura de su hijo...Que lo
               buscarían, que no se apuraran...


               Maribel no podía llorar más. Agotada, abrazó a su hermana y ambas revivieron
               la misma historia de hacía diez años. Era como una película vista dos veces: las
               mismas preguntas y las mismas promesas y, en sus corazones, los mismos
               terribles presentimientos.


               En la madrugada, cuando por fin pudieron dejar la comandancia, la familia
               regresó a su hogar envuelta en el silencio. No podían hablar. No podían decirse
               nada. Cualquier comentario estaba de sobra.


               Al llegar a su casa, Esteban, enojado consigo mismo porque nunca se le ocurrió
               preguntarle a su hermano cuál era la dirección a la que iría esa mañana, corrió a
               esconderse bajo sus sábanas para poder llorar sin que nadie lo viera.


               Carlos, Maribel y Mariana se desmadejaron en el sillón de la sala con gran
               congoja. En la mente de los tres había una pregunta que no hubieran podido
               formularse en voz alta. ¿Viviría Rodrigo todavía?
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