Page 44 - La desaparición de la abuela
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un desayuno en una charola que no se le antojaba ni tantito. Que la gente que lo

               había llevado allí no lo conocía pues a él no le gustaban ni el huevo tibio ni el
               cereal, y que no se les había ocurrido llevarle un jugo de naranja.

               Muy pensativo, decidió que lo único que tomaría sería la leche porque tenía

               mucha sed pero ningún apetito, y que nadie pensara que iba a vestirse con esa
               ropa ridícula.

               Se acercó a la ventana por la que se filtraba la luz del sol que lo había despertado

               y se quedó maravillado. Afuera había un jardín enorme y muy hermoso. Árboles
               frutales, flores, fuentes, prados limpios y un pasto verde y bien cortado. Había
               aves de todo tipo y alcanzó a ver algunas ardillas y venados que paseaban
               tranquilamente por ese paisaje maravilloso.


               La punzada de miedo que había sentido se le olvidó y ahora lo único que sentía
               era una enorme curiosidad: ¿en dónde estaba?


               Corrió hacia la puerta de la habitación sin detenerse a reflexionar en que no se
               había peinado ni bañado y que tampoco se había tomado la leche. Era más fuerte
               la curiosidad que la sed y el desconcierto.


               Afuera se encontró con un largo pasillo que se extendía hacia su derecha; al final
               de él había una extraordinaria puerta de cristal que hacía que la luz del sol se
               volviera multicolor.


               Asombrado y cauteloso, recorrió la distancia hasta la puerta. La luz lo
               deslumbró, pero siguió adelante sin hacer ruido por si alguien se asomaba por
               ahí.


               Al salir al jardín, que más bien parecía un inmenso y maravilloso parque, no
               podía creer lo que veía: si lo que contempló por la ventana momentos antes le
               había parecido grandioso, lo que veía entonces no tenía calificativo:


               Arroyos y pequeñas cascadas corrían hasta una fuente adornada con una
               hermosa Diana Cazadora. La fuente y la estatua parecían cantarles a múltiples
               peces de colores fosforescentes que retozaban en sus aguas; los colibríes volaban
               sin miedo alguno hacia tulipanes de intensos colores; cientos de canarios libres
               silbaban sin cesar y, en los prados, pavos reales blancos y otros de plumas
               tornasoladas se aburrían de tanta luz; algunas ardillas subían por los árboles y, en
               los más altos, descubrió monos que sólo había visto en revistas, pues se
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