Page 48 - La desaparición de la abuela
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EL domingo en casa de los Quijano fue un día sombrío, aunque afuera brillara
un sol esplendoroso. Toda la familia se había levantado muy tarde, incluida la tía
Mariana, y la hora del desayuno, siempre alegre, fue muy, muy triste.
Maribel era un manojo de nervios; trataba de controlarse inútilmente. Carlos,
con el ceño fruncido, no quería ni hablar porque sabía que su voz se convertiría
en un sollozo. Mariana había olvidado su alegría característica y rezaba todo el
tiempo para que Dios protegiera a su Rodrigo. Y Esteban, que a sus doce años
enfrentaba el primer problema grave de su vida, pensaba y volvía a pensar cómo
podría investigar en dónde estaba su hermano. Repasó todo lo que había
sucedido desde el día en que tuvieron el disquet en sus manos y no se le ocurrió
nada inteligente.
De pronto, ¡una lucecita se encendió en su cerebro!
El hilo de sus pensamientos lo había llevado hasta el niño que tuvo en su poder
el reloj de Rodrigo y, por asociación de ideas, llegó hasta sus amigos del equipo
de futbol, ¡los Bamanes!
—¡Papá! —gritó Esteban con optimismo—. ¡Ya sé quiénes nos pueden ayudar a
encontrar a Rodrigo!
Carlos y Maribel miraron a su hijo con gran desesperanza y, para sus adentros,
ambos pensaron que nadie podría hacerlo.
Sin embargo, Carlos preguntó con fingido interés:
—¿Quién, Esteban? ¿Qué se te ha ocurrido?
Esteban habló con palabras atropelladas, porque sentía que tenía la solución en
las manos:
—¿Te acuerdas de Orelio, el niño que traía puesto el reloj de mi hermano? ¡Si
les pedimos ayuda a los Bamanes, ellos lo encontrarán y podrán averiguar un