Page 50 - La desaparición de la abuela
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—Cada vez que llega un alma nueva, se le hace una fiesta de bienvenida. ¡Qué
bueno que llegaste porque hace mucho que no venía nadie por aquí!
—¿Un alma...? —preguntó Rodrigo con el ceño fruncido, y añadió tembloroso:
—¿Qué, ya estamos muertos?
Los tres personajes lo rodearon, le dieron palmadas en la espalda y en la cabeza
sin contestar; acto seguido, se dispersaron para empezar a trabajar en el trigal. La
mujer, antes de iniciar sus labores, lo invitó a acompañarla:
—Quédate con nosotros para que después te presentemos con todos los demás.
Te veo muy asustado. Mejor quédate aquí hasta la hora de la comida, que es
cuando te vamos a hacer tu fiesta. ¡Ah...! ¡Y además tienes que quitarte esa
camisa porque esa ropa aquí no se permite!
Lentamente, Rodrigo se dejó caer al suelo y se sentó con las piernas dobladas.
Necesitaba pensar porque algo muy raro estaba pasando. Nada de esto era
normal y tenía que saber de qué se trataba. ¡Tenía que pensar y pensar bien!
Cerró los ojos y se preguntó si sería verdad que había muerto y que estaba en el
cielo. Si era así, ¿dónde estaban Dios, y María y los ángeles? ¿Por qué la gente
necesitaba comer? ¿Por qué parecían personas comunes y corrientes, con cuerpo,
cuando se suponía que en el cielo la gente ya no lo tenía? ¿Por qué la mujer dijo
que su ropa no se permitía ahí? ¿Había reglas que obedecer en el cielo y acaso le
iban a decir a uno cómo vestirse?
En ese momento, Rodrigo decidió que nada ni nadie le iba a quitar su camiseta
¡y punto!
A Fermín, el líder de los Bamanes y el mejor amigo de Rodrigo desde que éste lo
defendió un día en la calle, se le hizo muy raro que Esteban y su papá llegaran a
visitarlo.
Fermín vivía, como tantos niños de la calle, en un escondite secreto junto con
otros tres chicos más jóvenes que él, a los que cuidaba porque sus padres los
habían abandonado. Era una especie de agujero bajo una banqueta. En él había
colchonetas dobladas, un anafre, algunos huacales con trastos y revistas, una